El cartel de la Sociedad Protectora de Fumadores
albergó aquella conversación de madrugada,
al ritmo de una cajetilla medio vacía, cuatro botellines
de cerveza y muchas ganas por mirarnos y hablarnos.
Tú anunciaste que dejarías de creer en todo aquello
que no fueran hadas, elfos y duendes, y que
ansiabas encontrarte con un unicornio para solicitarle
un deseo, una utopía: un mundo mejor para ti.
Y yo te escuchaba en silencio, afirmando mientras
observaba tu propósito de volar alrededor del mundo
en forma de mariposa, como reza la leyenda de la
camiseta que llevabas puesta aquella noche embriagadora.
En silencio, sí, porque en aquel momento sólo
era una patética versión reducida de mí mismo
para dejar lo mejor de mi artillería para cuando
escribiera mis nuevos versos…
Y recordando las palabras del poeta, escritas
en tinta de color vida y sueño, “las luces olvidadas
amanecen al abrigo de nuestras ilusiones”, concluí
que con un "basta" no se arreglaba nada.
Te invitaría a tomar la última en casa,
aún me quedan en la nevera dos botellines
más de cerveza, música envolvente y una cama
con sábanas limpias.
Y, por supuesto, aún conservo esa pequeña
alcoba de mi corazón que tú convertiste
en hotel cinco estrellas y que no le alquilo a
nadie que no seas tú.
Déjame tocar el timbre de la recepción,
no habrá botones que suba nuestro equipaje,
lo llevamos puesto para una sola noche de amor
al amparo de mil besos y el recuerdo.
(c) ISIDRO R. AYESTARAN, 2008