Le llamaban John “Dos
Versos”
al errante que deambulaba
entre cientos de folios en blanco,
juntando letras, nombres, situaciones,
al amparo de la luz de su flexo.
Habitación de Kit Spade,
secuencia trece, interior noche,
dos toques en la puerta hacen
que el poli se levante de mala gana
hacia la puerta de su ruinoso despacho.
Entra Vampie, puta fina reconocida,
femme fatal que lleva al bueno de
Kit Spade por un callejón sin salida,
en dirección a su vértice aún por adivinar.
John “Dos Versos”
hilvana la historia
a su antojo, con la tinta certera
del género oscuro, de los héroes
de una pieza construidos en blanco y negro.
“Llegas tarde,
muñeca”, dice Spade.
“Creo que me han
seguido hasta aquí”
comenta ella en tono bajo.
“Carsom sabe lo
nuestro”.
Kit Spade suspira y se echa un pitillo.
Es un hombre duro, y se la pelan
los matones del novio de la chica
porque, aunque ella es muy tonta,
es una buena bomba sexual.
Gangsters en la noche de perros,
sobre un guión de serie zeta entre
títulos, artículos, cláusulas y demás
lindezas que naufragan en el váter…
Gangsters en la noche de perros,
a la caza de una historia con un
final incierto, porque en esto del amor,
aún en el cine, la entrepierna es el macguffin
en un antojo sexual a lo Alfred Hitchcock
John “Dos Versos”
escribe,
John “Dos Versos” construye,
John “Dos Versos”
hilvana
historias sobre gangsters en
una noche de perros…
Un autor a la caza de un editor,
un hombre duro que se busca
él solito su perdición,
una mala pécora en busca
de un mejor postor
y un público ávido de una
buena historia que les lleve lejos
de su noche oscura.
Noches oscuras
como las noches de perros
en las historias que escribe
a la luz de la luna
el bueno de John “Dos Versos”.
(c) Isidro R. Ayestarán, 2012