
Allí me estaban esperando,
seguían inmóviles como si el
tiempo se hubiera detenido
en el preciso instante en
que nos dijimos hasta luego.
Un solo de saxofón se colaba
entre las sillas vacías mientras
el oleaje de las hojas secas
deambulaba, en una deriva
calculada, hacia ese punto que
se pierde en el infinito.
Qué cruel es la memoria al hacerte
sentir las mismas emociones
que se creían perdidas, cuando
mueve tus pies hacia los mismos
parajes que visitaste para olvidar
un amor perdido.
Cruel, sí.
Y tajante.
Y solemne en su veredicto.
El paseo de los cipreses,
la columnata de Alfonso XII,
las callejuelas estrechas,
el bullicio de la noche,
la misma soledad de antaño...
Todo permanecía allí,
como si el reloj se hubiera parado,
como si la hoja del calendario se
hubiera burlado del otoño
y se hubiera negado a
caerse para siempre.
(c) ISIDRO R. AYESTARAN ,2009
fotografía de Akitsim