La pared resalta estantes de libros,
sus lomos pintan títulos desteñidos,
como si los poetas se hubieran dormido
o se hubieran puesto de acuerdo en este
despistado escondite inglés.
Hay destellos de luces ténues por los rincones,
música de jazz con voz ronca al micrófono,
con ese chasquido propio de los vinilos
de otros tiempos. Lo de ahora... bueno, es otra cosa.
Hay polvo en las botellas,
desgana en torpes miradas,
rutinaria procesión de la mesa a la barra,
atestada de confidencias y colillas secas.
Las notas del pentagrama se me antojan
desafinadas y sin alma,
y a esta torpe caligrafía le recetarán
volver a la escuela del preescolar.
Puede que al corazón de los enamorados se
le propine un coscorrón para ver si espabila
ante tanto estúpido "volver a empezar",
ante tanto vagar errante por el desencanto
tras los continuados rechazos.
O qué sé yo...
Tal vez vuelva a soñar con regresar a tu lado,
con retomar las charletas con los amigos
de aquellos tiempos tan lejanos, o quizá
dedique mis horas a sacar brillo a las empuñaduras
de todo lo que tengo alojado
en mis espaldas.
Qué más da...
La noche se instalará en unas horas,
vagaré solo por Gran Vía,
por los cafés sin tertulia y las esquinas
donde reinan las putas ajadas.
Solo... como el trovador que le canta a la luna
sin más opción que la de seguir su camino
como mejor sabe. A golpe de verso.
Quizá no necesite más.
Nada más que eso.
("Well... fuck´em" - Madonna dixit)
Madrid, abril 2010