Oigo mil lamentos en la columna de la noche,
alas desplegadas de color negro en unos ojos
agazapados bajo pintura oscura que camufla
identidad, alma, corazón y sentimiento.
Oigo un coro crepuscular entre la luz de las estrellas,
rayos de luz embriagadora que se aferran a mi cuerpo,
que me transportan en una danza macabra
entre los jueces del destino y los pobres mortales.
Llegan a mí como el aullido de un lobo solitario,
transportados en mil imágenes sombrías, en un zoom
alocado y siniestro, sin tiempo a detenerme en cada gesto,
en cada uno de los timbres de su voz oscura.
¿Qué queréis, ángeles de la conciencia?
¿Que me aleje del recuerdo de lo vivido y sentido?
¿Que desaparezca entre vuestros brazos al mundo del olvido?
Sabed que fui libre y amé sin motivo ni condición.
Asaltáis mi noche, os adentráis en mi nombre y mi sueño,
rasgáis sin piedad alguna cada palmo de mi corazón
como aves de rapiña, igual que buitres carroñeros
que se alzan sobre los restos del mausoleo al amor.
Dejadme musitar mi triste historia entre las sábanas etílicas
y alcoholizadas del recuerdo, que es el mío,
lo único que me queda fluyendo entre las venas de la vida
y el vértice de los aromas de su cuerpo.
Dejadme ser paloma entre vuestras manos,
alzar mi vuelo lejos de la pretensión de vuestro empeño,
de las cadenas del olvido entre vuestras alas negras
a modo de gruesa cadena perpetua en una prisión federal.
Ángeles negros y oscuros sin el recuerdo de un beso,
seguid graznando en vuestros despachos ovales,
lejos, muy lejos de las nubes que sostienen el mundo
del sueño que alimento con mis versos.
Encadenaos a vuestras columnas y sufrid la flagelación
del fracaso, y dad la espalda a vuestro Oráculo siniestro.
Sufridlo, sí, ya que naufragasteis en el empeño de hacerme
olvidar que amé y que fui ave sincera en el mundo del amor.
alas desplegadas de color negro en unos ojos
agazapados bajo pintura oscura que camufla
identidad, alma, corazón y sentimiento.
Oigo un coro crepuscular entre la luz de las estrellas,
rayos de luz embriagadora que se aferran a mi cuerpo,
que me transportan en una danza macabra
entre los jueces del destino y los pobres mortales.
Llegan a mí como el aullido de un lobo solitario,
transportados en mil imágenes sombrías, en un zoom
alocado y siniestro, sin tiempo a detenerme en cada gesto,
en cada uno de los timbres de su voz oscura.
¿Qué queréis, ángeles de la conciencia?
¿Que me aleje del recuerdo de lo vivido y sentido?
¿Que desaparezca entre vuestros brazos al mundo del olvido?
Sabed que fui libre y amé sin motivo ni condición.
Asaltáis mi noche, os adentráis en mi nombre y mi sueño,
rasgáis sin piedad alguna cada palmo de mi corazón
como aves de rapiña, igual que buitres carroñeros
que se alzan sobre los restos del mausoleo al amor.
Dejadme musitar mi triste historia entre las sábanas etílicas
y alcoholizadas del recuerdo, que es el mío,
lo único que me queda fluyendo entre las venas de la vida
y el vértice de los aromas de su cuerpo.
Dejadme ser paloma entre vuestras manos,
alzar mi vuelo lejos de la pretensión de vuestro empeño,
de las cadenas del olvido entre vuestras alas negras
a modo de gruesa cadena perpetua en una prisión federal.
Ángeles negros y oscuros sin el recuerdo de un beso,
seguid graznando en vuestros despachos ovales,
lejos, muy lejos de las nubes que sostienen el mundo
del sueño que alimento con mis versos.
Encadenaos a vuestras columnas y sufrid la flagelación
del fracaso, y dad la espalda a vuestro Oráculo siniestro.
Sufridlo, sí, ya que naufragasteis en el empeño de hacerme
olvidar que amé y que fui ave sincera en el mundo del amor.
(c) ISIDRO R. AYESTARAN, 2008