"La femme de la nuit" es un poema dedicado a una vieja prostituta de la esquina de San Bernardo en Madrid, ya fallecida, quien se mantuvo cada noche en su esquina como un adorno más, a la espera de una compañía sincera o tan sólo una muestra de cariño o atención.
Va por ella.
Se maquillaba primorosamente
cada noche para acudir a su trabajo
en la esquina de San Bernardo,
vistiendo sonrisa de porcelana
con tacón de aguja a juego
y ese eco en la mirada que le devolvía
el recuerdo de mil historias pasadas,
de un amanecer amable entre
sábanas de hilo y café recién hecho;
pero ya hace quince años que se cumplieron
otros quince de aquel amanecer en su
memoria,
y cada combate de ahora es una apuesta
al beso más certero.
Un
ratito agradable pregonaba
desde el artificio de la cosmética,
sin abrigo de pieles ni bolso de firma,
sin el descaro lozano del acento extranjero
sino del castizo te quiero de toda la vida
a cambio de un puñado de buenos
sentimientos.
Una gran dama flanqueada por
Lolitas con saque de corner
por encima de la rodilla
y sin temor al fuera de juego,
en pleno duelo de desencuentros
donde el trofeo es un vuelva otro día,
caballero, jóvenes
señoritas de compañía
venidas a menos más allá de su vestido
tubo de cuero y cinturón ancho en plan
eufemismo del “tú tenías veinte años y yo…
ya
ni me acuerdo”.
Todo pura mentira en un bolero
teñido de rubio imposible, con
acordes a color carmín de todo a cien
pero al ritmo lacerante de mil
noches sin dormir… ni tan siquiera
acompañada desde hace más de dos
décadas.
Mirada baja sobre el asfalto,
procesión sin redobles
donde la saeta es un continuo orgasmo
ahogado tras ventanales de persianas
rotas,
sempiterno cigarrillo en la comisura
de los labios sobre una boquilla que
viste
andrajos mal cimentados,
vieja dama al compás de un piano
demoledor en un café bar que tuvo
tiempos mejores, pero donde aún ponen
trono y palio a su particular Virgen de
los
Dolores, esa vieja dama que no se rinde,
sentada junto al pianista a quien nadie
dispara,
regalando banda sonora a los acomodados
en su barra de bar que cuentan viejas
historias
sobre la eterna verdad destilada en lo
profundo de su mirada.
Como un cuadro de Hopper,
como un acorde de blues,
como un paso de tango mal dado
en el latido de su corazón…
La música cesa y el silencio se instala
en ese par de segundos que parecen
querer aglutinar toda una vida.
Y más allá de su propia noche,
se instala, definitiva, la de la gran
ciudad
de los plomos fundidos, donde todo
queda a media luz por el ahorro
en tiempos de crisis desde un bando
municipal
que no conoce de rebajas…
Y el piano llora a lo lejos mientras
recorre el sendero hacia su habitación
alquilada, con paredes empapeladas
por nudos en la garganta y lágrimas gris
marengo, donde ya hace tiempo
que en su calendario no se anota
“hoy toca encontrar a mi héroe”,
el superhombre capaz de ser confidente
a lo largo de la autopista de asfalto
que
no lleva ya hacia ninguna parte…
Vieja dama que se prende otro
cigarrillo,
allí sentada, en un sofá destartalado
en mitad de su nada,
ante una ventana que hace tiempo
que no da al lugar donde se asoma
el sol cada mañana.
(c) ISIDRO R. AYESTARÁN