Ahí están, con su silencio rutinario saludando a la
aurora:
los que se desperezan en cajeros cinco estrellas con
vistas a un asfalto tocado con caperuza de verdugo; los que son arrojados a
charcos de miseria mientras tienden las manos en busca de migajas con que
alimentar su propia soledad; los que viven asfixiados por un constante nudo en
la garganta, vida y alma antes de batallar al duro y nuevo invierno de
veinticuatro horas.
Ahí están, los que desafinan himnos de gloriosas batallas
pretéritas; los que galopan hacia ninguna parte a lomos de cuerpos que vistieron
tallas mejores; los que lloran y sangran por heridas de decepciones y maletas
perdidas; los que hacen el eco a las palabras calladas pronunciadas en labios
de indiferencia.
Ahí están, los que anuncian “tierra a la vista” desde lo
alto de galeones que surcan los siete mares hasta alcanzar la orilla de una
nueva frontera; los que son recibidos flotando sobre manojitos de escarcha y
rocío de primera hora; los que rasgan los espejos de la infancia con el filo de
una sonrisa marchita; los que viajan en aviones de papel fabricados con hojas
de calendario donde se apuntaban los sueños que quedaban aún por cumplir.
Ahí están, los que reciben los primeros rayos de un sol que
alumbra sus vidas mortecinas; los que miran, los que esperan, los que piden,
los que ansían, los que hablan a través de sus silencios.
Ahí están:
ellos.
(c) ISIDRO R. AYESTARÁN - MMXVI