Qué no te daría yo por retenerte
en cada nuevo amanecer, al sonar
la alarma de tu reloj, al incorporarte
desde tu lado de mi alcoba.
Qué me quedaría por regalarte
a través de mis palabras, de mis gestos,
de mi mirada por que tú no te fueras
a la hora señalada.
De qué forma rasgaría el silencio
que me atormenta al sonar el estruendo
de la puerta, de tus pisadas descendiendo
los pisos que separan tu frontera
de la mía, tu mundo de mi nada.
Y dejo pasar el tiempo recostado en mi cama,
abrazando tu recoveco, tu hendidura en mis sábanas,
colocando mi bandera al llegar a tu cúspide,
besarla como si fuera tierra santa.
Y te añoro sabiéndote de otro,
que él es tu día, tu luz, tu alegría...
¿Y yo? Convertido en tu noche escondida,
en tu amante por horas con un contrato basura.
Pero te aguardo sin reproches a que llegues
de nuevo para preguntarte por tus cosas,
mordiéndome la lengua por no incomodarte,
no fatigarte con mis neuras de amante impaciente
a la espera de un abrazo que me reconforte
y me dé la vida entera
Y en otra clase de silencio, mientras duermes
el sueño del reposo por ese viaje mágico
entre dos cuerpos, te acaricio y te amo
poseyéndote sin testigos ni horarios impuestos,
ni prisas por vestirte y despedirte de manera
rutinaria con un beso en los labios.
Es en ese momento, entre la penumbra
de las estrellas, cuando este amante que se muere
por retenerte es tuyo de veras.
Y qué me importará ya que me calumnien,
me critiquen o me señalen con el dedo.
Yo soy tu amante, el dueño de tu cuerpo...
aunque sea por un breve instante.