Recitar un poema en esas noches
en las que uno no es buena compañía,
evocando el calor de ese amor perdido
que se hospeda en la otra orilla de la ciudad.
Humo de cigarrillo, voz ronca de blues,
luz de estrellas de neón donde se lee
"no perdiste la cabeza, amigo, tan
sólo tienes destrozado el corazón".
Qué razón, compañera Chavela,
cuando uno no aprende de los errores
por mucho que pasen los años y los
regustos amargos se pudren en el alma,
perdiendo la cuenta de los tragos
que se almacenan en lo profundo
de la mirada opaca y triste
por poseer un recuerdo ya marchito.
Y qué ingenuo fui al haber pretendido
que algún ángel me transportara a rincones
de fantasía, donde la ternura es la asignatura
pendiente de los soñadores nocturnos del alba.
Esta noche escribo sobre ti,
te evoco en cada verso y cada letra,
te lloro en cada nota musical que truena
en esos precisos instantes en los que plasmo,
en una hoja en blanco, lo que podría seguir
a esos puntos suspensivos que tan sólo
conocemos los que nos bebemos los versos,
los que vivimos la noche de la ciudad.
Te vi alejarte cuesta arriba,
mientras el nudo en la garganta me impedía
ya el aferrarme a la vida y al tiempo que,
lentamente, con pasos derrumbados,
me arrastraba hacia mi barman favorito
para cantarle el himno del
trovador de la madrugada...
ése que se entona al llegar a casa,
apagar las luces, y no tener a quien
dar un beso de buenas noches.
(c) ISIDRO R. AYESTARÁN, 2010-2012
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