Llueve al galope de un
último verso
arruinado sobre un atril oxidado,
mal cimentado en una arena movediza
de sentimientos, indiferencia y silentes
aplausos.
Llueve en esa voz rota incapaz de
apuntalar,
erguida, la música desafinada en un
pentagrama
de asfalto, en una hipnosis de notas
mal
orquestadas desdibujadas por el viento.
Llueve al pronunciar tu nombre,
al fracasar el olvido, al palpar tu
ausencia
última y definitiva, al no adorarte ya
bajo
ese palio tocado con caperuza de
verdugo.
Y llueve, sí, en un nuevo invierno
del que no hay abrigo inventado para
amortiguar esa inminente primavera que,
impávida, hará desaparecer entre mis
dedos aquel
“nosotros” que tanto bailamos a la luz
de la luna llena.
Llueve, como preludio a la tormenta.
(c) Isidro R. Ayestarán
No hay comentarios:
Publicar un comentario