El sex-shop de la
planta baja de mi apartamento
invita a un negocio de
amores escondidos en una cabina.
En mi pequeña cocina
preparo desayuno para uno solo,
pero friego dos tazas, dos cucharas,
duermo en un rincón de la cama
pero acomodo tu parte de la almohada.
Al echar la basura en el
contenedor de la calle,
miro de reojo el mercado del amor
mientras surco tu recuerdo
por todo Madrid, mientras
escribo nuevos versos.
Mientras las parejas caminan de la mano,
la Cibeles me acoge de nuevo,
la Plaza Mayor me invita a pasearla,
los rincones castizos me sonríen
a golpe de cafelito con porras,
y la Gran Vía, esa poderosa Gran Vía
multicultural, sin etiquetas ni sonrisas nerviosas,
Gran Vía multisexual,
me convida a todo un despliegue cosmopolita
mientras cierran uno a uno todos sus cines.
Y de regreso a mi apartamento,
tras apagar las últimas velas
en La Troje, enumero todas
las promesas incumplidas en este billete de ida:
. Se vino conmigo el anillo de “El baile del otoño”.
. Me acordé en cada sorbo del elixir
etílico producido por el abandono.
. Volví a llorarte en la noche madrileña,
por sus rincones, sus excesos, sus quimeras…
Y llego a la conclusión de que
esas promesas rotas son el nombre
de cada uno de los remos que utilizo
para conducirme en esta nave del olvido.
Un olvido con resquemor a nostalgia
a deseo de regreso,
a volver a verte aunque me quede
quieto y preso en mi mesa de “El bolero”.
Un olvido al escribir de nuevo
unos versos que han de ser sueño
en este cabaret lejano y distante
que, de nuevo, lleva nombre de mirada.
Y una mirada sin retorno
al fondo de mis pensamientos.
Mientras, seguiré surcando Madrid…
planta baja de mi apartamento
invita a un negocio de
amores escondidos en una cabina.
En mi pequeña cocina
preparo desayuno para uno solo,
pero friego dos tazas, dos cucharas,
duermo en un rincón de la cama
pero acomodo tu parte de la almohada.
Al echar la basura en el
contenedor de la calle,
miro de reojo el mercado del amor
mientras surco tu recuerdo
por todo Madrid, mientras
escribo nuevos versos.
Mientras las parejas caminan de la mano,
la Cibeles me acoge de nuevo,
la Plaza Mayor me invita a pasearla,
los rincones castizos me sonríen
a golpe de cafelito con porras,
y la Gran Vía, esa poderosa Gran Vía
multicultural, sin etiquetas ni sonrisas nerviosas,
Gran Vía multisexual,
me convida a todo un despliegue cosmopolita
mientras cierran uno a uno todos sus cines.
Y de regreso a mi apartamento,
tras apagar las últimas velas
en La Troje, enumero todas
las promesas incumplidas en este billete de ida:
. Se vino conmigo el anillo de “El baile del otoño”.
. Me acordé en cada sorbo del elixir
etílico producido por el abandono.
. Volví a llorarte en la noche madrileña,
por sus rincones, sus excesos, sus quimeras…
Y llego a la conclusión de que
esas promesas rotas son el nombre
de cada uno de los remos que utilizo
para conducirme en esta nave del olvido.
Un olvido con resquemor a nostalgia
a deseo de regreso,
a volver a verte aunque me quede
quieto y preso en mi mesa de “El bolero”.
Un olvido al escribir de nuevo
unos versos que han de ser sueño
en este cabaret lejano y distante
que, de nuevo, lleva nombre de mirada.
Y una mirada sin retorno
al fondo de mis pensamientos.
Mientras, seguiré surcando Madrid…
(c) ISIDRO R. AYESTARAN, 2008