Hoy te he vuelto a ver pasear
desde el portal donde habito,
donde cada noche me dejan dormir
cubierto por los cartones que a otros les sobran,
donde cada mañana me desayuno
con la miseria de la incertidumbre.
Has pasado tú, encorvado como siempre,
con tu taciturno semblante a la caza
de un nuevo día, sin importarte el ritmo
ni el decorado habitual de tu sendero.
Un lacónico saludo entre tú y yo
quebró momentáneamente el silencio.
El tuyo, tu silencio,
el mío, mi silencio…
Silencio,
y no porque nos falten las palabras,
sino porque nunca nadie quiso
detenerse a escucharnos.
Alcé la mano en señal de buenos días,
y como cada mañana, asentiste con
una tímida sonrisa. Luego, te alejaste
calle abajo, vida abajo, mirada abajo.
Hoy te volví a ver pasear ante mi portal.
Y hoy, inspirado, decidí acompañarte.
(c) Isidro R. Ayestarán, 2012