Era la silueta más reconocida
de las mañanas que aún no han despertado,
llevando a cuestas todo su mundo,
como los caracoles, pero en bolsas de
supermercado, con un eterno cigarrillo en sus labios,
rodeada siempre de silencio y con su
mirada anclada en el pasado.
Quienes la conocieron tiempo atrás,
sabían que había sido la musa
de un poeta decadente y torturado,
un Pigmalión oscuro cuyo único mérito
fue el haber creado al personaje por el que
aquella vagabunda sería eternamente recordada:
“la sirena de la calle Cubo”.
Los compositores de la época realizaron
sus nocturnos
a través de los versos que ella había inspirado. Los transformistas
la imitaron sobre sus escenarios,
ante miradas opacas de clientes que no desprendían
nada que no fuera alientos agónicos resquebrajados
en una constate ruleta rusa de arrumacos falseados.
Ella fue la imagen instalada en la memoria de
los
taciturnos lectores en los cafés de luces
oscuras y pianola como banda sonora al errante vagar
que vino tiempo después…
Él se fue… partió para siempre preso de sus
propios versos que ya nadie leía, mal
cimentadosen hojas en blanco, deconstruídos en flores marchitas…
él se ahogó una noche en el mar de la bahía.
Agua maldita y oscura a la luz de la luna,
foco fundido que empañó de soledad y melancolíasu propia vida. Y ella ya no fue más musa,
ni leída ni imitada, tan sólo olvidada, lejos del
aplauso, del recuerdo,
de su firma al pie de su fotografía…
La silueta más reconocida en las mañanas
que aún no habían despertado había quedado sin una habitación alquilada donde descansar
sus ya ajados huesos, desahuciada, desterrada
por médicos, admirados y falsos amigos.
“Tú eres
la Sirena de la calle Cubo” le dije,
“¿Y tú?
Otra alma errante que camina sobrelágrimas sin sostenerse apenas”, me dijo ella.
Y hablamos, sí… y lo supe todo de ella a lo
largo
de una noche entre copas, confidencias y algún
que otro juego de caricias… quizá con ello quiso recordar
que hubo un tiempo lejano en que había sido querida,
amada entre unas sábanas que olían a poesía…
Y tal como me contó su vida, desapareció de la
mía, lejos ya del último trago de nuestra
última botella,troquelada a lo largo de la calle en una madrugada
que se resistía a despertar…
La
vi partir a lo lejos, perdida entre la nebulosa,
y
le lancé un solo beso en forma de poema:“Buenas noches… princesa”
(c) Isidro R. Ayestarán - Trovador de madrugada