EL CABARET DEL VERSO
ISIDRO R. AYESTARÁN

(c) 2008 - 2020

Abandonado en la puerta de un camerino en un destartalado cabaret, fue educado por siete cómicos de la legua en las más variadas artes escénicas entre libretos teatrales, plumas de vedette, pelucas, tacones de aguja, luces de neón, cuplés, coplas, boleros, marionetas, carromatos, asfalto y un sinfín de desventuras que acabaron por convertirlo en un pseudo-escritor de relatos y poemas que recita por escenarios de más que dudosa reputación junto a los espíritus de Marlene Dietrich, Bette Davis y Sara Montiel, quienes lo acompañan desde niño en sus constantes viajes a ninguna parte.

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita del titular del "Copyright", bajo las sanciones establecidas en la Ley de Propiedad Intelectual, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático.

UN GARBEO MATUTINO POR UNA INSTALACION GUBERNAMENTAL


Conocedor mi hermano de mi gusto
por los locales sórdidos y decadentes,
me pidió que le acompañara al Palacio de Justicia,
lugar de encuentro habitual de yonquis, putas
y demás inmundicia sin necesidad de ocupar cargo público
alguno, para que firmara como testigo a la hora de formalizar
su expediente de matrimonio civil,
una cosa rápida, cosa de minutos…”.
¡Ay! mi hermano siempre fue un poco ingenuo.

Total, que para allá que fuimos, y nada más llegar,
un scanner con pitidos nos dio los buenos días de una
forma singular, dormiría mal la pasada noche, por lo
que un armario empotrado de tres por tres me hizo
quitarme los anillos, las cadenas, el móvil y hasta el cinturón
especial “de los domingos” que me había puesto aquella
mañana para ir un tanto mono y conjuntado.
Y venga a quitarme cosas, que ya parecía el anuncio
del Enrique Iglesias ese.
Luego, un largo pasillo decorado con láminas manchadas
de humedad, moho y demás lindezas propias del abandono,
todas ellas pegadas a la pared con celo sucio y endeble,
que no está la economía patria como para despilfarrar
en marcos de madera, aunque sean de Cadena Cien.
Pero una cosa es el ahorro…
En fin, que un gran póster de colores estridentes anunciaba,
como si de una Agencia de viajes se tratara, que
El Ministerio de Justicia, cada día está más cerca de ti”.
Qué rabia me dio, pensé para mí, ya que si tan pendiente
está la señora Justicia de sus retoños, por qué nos acoge en su
santa casa el día en que libra el servicio.
Papeles tirados por el suelo, funcionarios con cara de funeral
perpetuo y continuado, como una boda árabe (lo digo
por la duración de los semblantes taciturnos), instalaciones
para echar a correr, pero no a sus brazos, sino en la dirección
contraria, como en los bailes de fin de curso, cuando la
más fea se pone remolona y le apetece monear con uno.

Total, que tras otro pasillo interminable, dimos con un gran
patio que, por su forma, se asemejaba al de un claustro de una
catedral. “Es que de antes, esto era un monasterio de monjas
de clausura
”, me comunicó una señora de fuera toda pancha
sobre un banco de madera a falta de tres barnices. El banco.
Acabáramos” – pensé – “de casa de Dios a casa de funcionarios del Estado”.
Pues sí que el país está en crisis. Y de las gordas.
Atravesamos también una gran cola de inmigrantes, que hacían
la mañana ante una gran puerta para resolver sus “papeles”, y me
llamó la atención un crío muy mono de unos cinco años,
vestido con chorreras, chupete y un pendiente en la oreja izquierda.
Una monada, vamos. Qué gente…
Pasamos ante un mostrador donde se expedían “fés de vida, sólo
con el carné de identidad en vigor
”, así de literal rezaba el cartel,
pero mi hermano y servidor nos fuimos derechitos hacia otro
que ponía “expedientes de matrimonio, sólo para casarse”.
–(hay días en que los poemas me salen solos) –.

Nos atendió una funcionara entrada en años, en carnes, en horas
de peluquería y en camiseta de lycra – las hay con valor – de color
negro donde se resaltaban – y de qué forma – unas letras doradas
donde se podía leer “S M I L E” (sonríe). Lo que pasa, es que como ella lo
leería al revés, pues como que no se daba por enterada, ya que con
acento huraño y voz de urraca constipada por quitarse el sayo antes
del cuarenta de mayo, nos dijo que faltaba una fotocopia por entregar,
unas partidas de no sé muy bien qué, y el sello de no sé qué oficina,
por lo que “el vuelva otro día con todo formalizado, que aquí no nos
gusta perder el tiempo
”, se hizo patente una vez más.
Y sin más preámbulos, continuó con su ajetreada vida laboral:
se sacó una lima, se miró las uñas, le dio tres pasadas, miró su reloj
de pulsera, y decidida, cogió una chaqueta, colgó el letrero de
volvemos enseguida”, y se marchó a hacer la compra, que aquella
mañana el súper había puesto las lechugas de oferta del día.

Mi hermano me miró descompuesto. Yo le esbocé una sonrisa.
Él se acordó de su familia y de algún muerto fresco. Yo continué
riendo, que para eso uno puede resarcirse ante una página en blanco
o la pantalla de un ordenador. Que si quiero, porque es mi casa,
pongo los letreros que me da la gana y vuelvo cuando me apetezca
de veras. Pero que en casa de todos se produzcan estos desmanes…

Sí, mi hermano fue listo al avisarme el día anterior.
Sabía a todas luces que el día sería, por lo menos, inspirador de versos
escritos con la certeza de un francotirador a sueldo.

Ellos se lo buscaron, forastero.
El sol ha salido. Ha amanecido.
Diez pasos, giramos… y ¡¡fuego!!

Sí, querido lector, amiga lectora…
Aquella mañana di un bonito paseo.

fotografía original de Jean Jacques André

(c) ISIDRO R. AYESTARAN, 2009