EL CABARET DEL VERSO
ISIDRO R. AYESTARÁN

(c) 2008 - 2020

Abandonado en la puerta de un camerino en un destartalado cabaret, fue educado por siete cómicos de la legua en las más variadas artes escénicas entre libretos teatrales, plumas de vedette, pelucas, tacones de aguja, luces de neón, cuplés, coplas, boleros, marionetas, carromatos, asfalto y un sinfín de desventuras que acabaron por convertirlo en un pseudo-escritor de relatos y poemas que recita por escenarios de más que dudosa reputación junto a los espíritus de Marlene Dietrich, Bette Davis y Sara Montiel, quienes lo acompañan desde niño en sus constantes viajes a ninguna parte.

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MONÓLOGO para LA NOCHE ES JOVEN


- ¡¡Que se levante el telón!!
Sí, ya sé que este principio puede sonar un tanto tópico, pero es que esta noche había pensado en hablarles a todos ustedes sobre el mundo del teatro... ¡¡Ay, el teatro!! Las bambalinas, las candilejas, el vuelo de las mariposas minutos antes de que se alce el telón, y bla, bla, bla...

Anoche mismo estuve escribiendo para ver cómo podría desarrollarlo de una manera atractiva y, así, evitar el que todos ustedes cayeran en el tedio más absoluto. Estudié, incluso, la posibilidad de poner una música de fondo para hacerlo más ameno, encajando ciertas frases en unas notas específicas como si de un puzzle se tratara... Horas me llevó planificarlo. Casi toda la noche... hasta que Marlene me dio un toque haciendome ver que la tenía desatendida. ¡¡Ay, las gatas cómo son!!

El caso es que, dando vueltas de aquí apra allá por la habitación, comprobé que el argumento no era lo suficientemente sólido como para poder ser representado esta noche. Le faltaba garra, fuerza... así que, con un cierto halo de frustración, decidí arreglarme y salir a buscar la inspiración por los locales nocturnos que frecuento habitualmente... Y me marché, no sin antes recibir una sonora bronca de Marlene, que anoche tenía unos airese de madrastrona a lo señorita Rotenmeyer.

- ¿Así me dejas... una noche más? ¡¡Ay los escritores, los poetas, los bohemios y todos los de tu especie!! ¡¡Qué harta que me tenéis!! - vino a decir.

Pero para cuando ella había terminado de maullar sus reproches, ya me encontraba en la calle, empapándome de vida nocturna a la caza de una historia que contarles a todos ustedes. Y conmigo se vinieron mis compañeros de viaje: mi cuaderno y mi bolígrafo de coger notas. Siempre están a mi lado... Cualquiera que entre en un bar de copas y me vea al fondo de una mesa, ante una pinta de cerveza, me verá escribiendo. Es algo que he hecho desde niño. Escribir. Lo de tomar cerveza por las noches vino años después. Que conste.

Sí... escribir. Y desde muy niño. Verán, y esto que les cuento ahora es verídico. Mi madre tardó veinticuatro horas en echarme de su interior. Los médicos estaban desesperados conmigo, ya que la pobre, por más que empujaba y empujaba, nada de nada. Dice la leyenda que es que aquella noche me encontraba terriblemente inspirado, escribiendo vayan ustedes a saber qué, por lo que no era de extrañar el que me batiera con uñas y dientes para evitar ser desalojado de aquel despachito que me había habilitado. Y así, hasta que mi madre, fruto de la desesperación, dio un sonado grito, inundando el quirófano de un silencio sepulcral... Atemorizados quedaron todos... Y a mí, se me cortó el rollo, la inspiración y hasta el hilo de la historia. Luego, los médicos me cortaron el otro hilo... Pero no voy a aburrirles con escatologías varias.

Pues bien, allí me encontraba yo, en aquel maravilloso oasis de copas, música y buena gente, con mi pinta de cerveza fresquita, un cuenco de palomitas y un montón de páginas en blanco que me pedían a gritos el ser rellenadas con personajes, tramas, frases, situaciones... En eso, sonó la música de una de mis películas favoritas, y la escuché detenidamente por espacio de unos segundos, hasta que la bombilla esa que aparece en los cómics, se iluminó sobre mi cabeza. ¡¡Ya estaba!! ¡¡Allí lo tenía!! Me froté las manos, le di un buen meneo a mi jarra de cerveza, y comencé a esculpir un monólogo teatral para todos ustedes esta noche. Y olé.
Cinco o seis líneas llevaría, ensimismado por la música, satisfecho por lo que tenía escrito, dejándome envolver por la inspiración del momento, hasta que...

- ¡¡Hombre, qué haces aquí tan solo!!

Y se sentaron en mi mesa los dos. Mi hermano y su mujer. Una santa. Mi paciencia, no ella... pero permitan que los trapos sucios se laven en casa.

- ¿Y bien?

-¿Y bien... qué?

- ¿Que qué haces aquí tan solo?

- No podía dormir estar noche.

- ¿Y te vienes aquí a escribir?

- Pues sí.

- ¿Y esta vez de qué va?

- ¿El qué?

- El dramón que estarás escribiendo... porque, hijo mío, hay veces que lo tuyo es ya un homenaje continuo al inventor del kleenex.

- Ah... pues no me había dado percatado de ello.

- Chico... perdona que te lo diga en tu misma cara, pero es que...

Y venga a hablar, venga a hablar, venga a hablar... Y yo a escuchar, escuhar, escuchar... Y pensar, pensar, pensar... por qué demonios no me lo cargaría cuando tuve la primera oportunidad.

Verán... y esto que no salga de aquí, pero es que yo fui el primero en nacer. Fui el primer hijo, el primer nieto, el primer sobrino... el primer todo. Y claro, me llevé todas las atenciones de la familia pese a la decepción inicial de mis padres, que ansiaban con todas sus fuerzas el que yo hubiera sido una niña... Pero eso ya se lo contaré en otro momento. El caso es que él, mi hermano, llegó año y medio después de mi alumbramiento. Tan risueño... Tan alegre... Tan cosita... Y de mí, pasando de largo. No lo podía permitir, así que eché mano de todas las artimañas posibles para conseguir desacreditarlo y, así, volver a ocupar el privilegiado lugar que me correspondía. Sí, ya sé que les puede sonar ruín, mezquino y todos los calificativos que ustedes quieran, pero créanme, esta actitud de supervivencia está a la orden del día. Echen un vistazo a los titulares de los periódicos y díganme si miento o no... En fin, a lo que iba. Los niños de entonces éramos de otra manera, hechos de otra pasta... Nos tirábamos al suelo a pelearnos y esas cosas. Ya lo decía mi abuela: "cuando el niño llega sucio a casa tras haber jugado con sus amigos, es que el niño se lo ha pasado muy bien". Puesa eso, que me enrollo como las persianas de mi piso. Yo intenté por todos los medios posibles, y de los otros, el deshacerme de ese engendro que ocupaba mi lugar. Una vez, lo lustré bañándolo en polvos de talco de arriba abajo. Viaje a Urgencias... En otra ocasión, decidí engordarlo a base de ciertos caramelos de la marca Octalidón que mi tía abuela guardaba en el bolso. De nuevo, excursión a Urgencias... Una noche, me ofrecí a ayudar a mi madre a preparar la cena, una tortilla a la francesa, por lo que me dispuse a batir todos los huevos... entre las sábanas de su cuna. Con él dentro... Miren, ahí mi madre sí que se enfadó conmigo al no entender el que yo actuara de aquella manera.

- ¿Pero se puede saber qué te ha hecho el pobre hermanito para que te comportes como una estrella reinona del escenario, que no consiente que una simple aspirante a actriz le haga sombra? - me preguntó con cierto tono de madre-que-no-asimila-que-su-primogénito-tenga-aspiraciones-de-fratricida-en-potencia.

Pero lejos de buscar otra reacción, lo que provocó con aquello fue que meditara profundamente en sus palabras. ¡¡Claro!! ¡¡Ella había dado en el clavo!! Había recurrido a la palabra mágica, la descripción ideal... con lo que se lee en el espasa y la wikipedia después de buscar o escribir mi nombre: "Estrella reinona del escenario".

Así que, para volver a ser el centro de atención de todos, me dio por inventar historias que luego escenificaba ante la familia en ocasiones señaladas, cosa que sigo haciendo por mucho que pasen los años, los lustros, las décadas... Fechas como las fiestas de mi cumpleaños, la cena de Nochebuena, etc, etc, etc... En algunas ocasiones recito poemas. En otras, hago monólogos. A veces hasta canto boleros... y durante una noche loca, canté "La gran ganga" de Almodóvar y McNamara, abanico en mano incluido. Que conste. Y todo muy bien preparado y muy bien ensayado, tras largas noches sin dejar de escribir y crear.

Como en la noche de ayer.

Sí... Cinco o seis líneas llevaría escritas. Mi hermano y su mujer hacía tiempo que habían desaparecido. De hecho, todo el local estaba vacío. Solo quedaba mi monólogo por concretar, un rapsoda en ciernes con dificultad para encauzar la historia... e, impertérrito, el camarero del bar, que, como una estatua de mármol, me miraba frío, muy frío.

- Te voy a decir una cosa... No sé tú, pero yo tengo casa, y son las cinco de la mañana.

El asfalto de la calle volvía a convertirse en mi refugio, pero a esas horas ya no tenía ganas de hilvanar frases o situaciones, por lo que decidí volver a casa y refugiarme con Marlene... suponiendo que me hubiera perdonado el desplante de horas antes.

Eso sí... dejaré el telón a media altura para cobijar una nueva representación. A fin de cuentas, no hay mejor teatro que el teatro de la propia vida de cada uno... Y les aseguro que yo, personalmente, soy teatrero a no poder más.

Silencio...

La obra está a punto de comenzar.


(c) Isidro R. Ayestarán, 2010
representado en la edición de otoño de
LA NOCHE ES JOVEN
Excmo. Ayto. de Santander.