Desperté a la pesadilla y me abalancé escaleras abajo,
raudo, con respiración inquieta y aliento expectante, con un hilillo de voz que
apenas dejaba escapar tu nombre, pero el miedo me impidió atravesar aquella
puerta que alguien había dejado entreabierta.
Mamá me gritó que no mirara, pero yo sólo quería verte una
vez más, aunque simplemente fuera de espaldas mientras aquellos hombres te
arrastraban calle abajo, empequeñeciéndote de tal manera que de ti tan sólo
quedara un punto lejano perdido en el horizonte de una noche a la que la luna
no quiso iluminar.
No volví a verte nunca más, y aún hoy, en que ya soy mayor,
cuando veo una puerta entreabierta, recortada en la madrugada, me apoyo en ella
para seguir sintiendo el calor de tu último beso de buenas noches.
ISIDRO R. AYESTARÁN