Lluvia sobre sombras chinescas
alumbradas por farolas de luz tenue,
frontera entre vida amarga y mundo gris,
gotas de dolor,
de humedad en los recuerdos.
Lluvia sobre los rostros del desánimo,
del desencanto, del silencio más audible.
Lluvia sobre sombras chinescas
inmóviles en un sendero incierto.
Gotas de agua en su propio miedo,
lluvia nuclear que desintegra a partes iguales,
lluvia en el lenguaje analfabeto
de los gobiernos mudos, los gobiernos ciegos,
los gobiernos sordos.
Rincones solitarios empapados de
uniformes y crueldad,
de fanatismo en las miradas,
de intolerancia, orden y mando,
gotas de "agachad la cabeza a mi paso",
gotas sobre rostros esculpidos por la decepción.
Y allí al frente un niño que se pregunta
por qué en invierno nos asaltan las nubes grises
en esta vida lograda en la tómbola
de los sorteos inexplicables.
Y de la mano un padre que no
tiene más respuestas porque
sabe que no es agua de lluvia.
Es agua de
L Á G R I M A S.
(c) Isidro R. Ayestarán