Vieja
canción desesperada en un gramófono
perdido
entre las ruinas de una desolación bélica,
con
la voz de Marlene a lo lejos,
con
el sendero marcado por las lágrimas,
con
el orgullo altivo de los generales.
Taciturno
es el desfile de las miradas
amoratadas
por tantos golpes de pecho,
por
el “aquí estoy yo y por aquí no pasan”
pronunciado
por labios que murieron
llevando
aroma a silencio.
Y
tú en tu parque, con la mirada borrosa
por
el agua que mana de tu marchita sonrisa,
alentando
el vuelo del ángel que juguetea en
la
arena donde cayeron los gladiadores que
aspiraron
a ser héroes muriendo por el César.
Cavan
fosos, construyen castillos, levantan
barricadas
soñando con que el aroma del invierno
no
decolore la fragancia de la primavera.
Y
tú en tu nube, amortiguando el combate
de
la soledad en aquel lecho de estrellas,
donde
juramos querernos hasta la muerte.
“Buenos días” nos decíamos a los ojos.
El
niño mama ilusiones, ajeno a la locura adulta.
La
princesa del cuento aguarda en su torre.
En
el hatillo… nuestro mundo se esfuma deprisa.
Y
deprisa, mi mano busca una caricia y un beso.
Y
tú me sigues aguardando…
Y
tú me sigues anhelando…
Y
tú me sigues llamando a través del cosmos.
Pero
a las estrellas se les han fundido los plomos.
Y
al final del túnel oscuro pronuncio tu nombre.
Vuelves
la cabeza al sentir el aroma de mis flores.
Pero
es el viento quien te llama día tras día.
Y
desde mi nube te veo partir desolada.
En
la arena queda el dibujo del alma.
Dos
nombres, un corazón…
y
una lágrima.
(c) Isidro R. Ayestarán