Ora pro nobis… luna llena de esta noche oscura.
Amén, ruge el oleaje tempestuoso de mis tinieblas.
Un beso, suplica el ángel negro que suspira a mi lado.
Y tú… una noche más, cómo no, tan lejos.
Soy el fantasma de Goya ante una hoja en blanco,
la pincelada en forma de tormento en ese verso
que quise que llevara el perfume de tu aliento,
del último suspiro que entonaste como un bello cisne,
como la sirena que guiaba a Ulises por un sendero
de traición y decadencia, con sus fieles amigos convertidos
en cerdos, en un mundo que abre continuamente la
puerta del aprisco a modo de “Bienvenido al Infierno”.
Marea alta que me aproxima a la maldita soledad…
Marea baja… para acentuar las huellas de mis cansados
pasos hacia la cintura de tu nombre y la caverna
tenebrosa de tu mirada inexpresiva.
Un lienzo, una variedad cromática, múltiples recuerdos
que se amontonan entre la ropa sucia que dejaste
olvidada tras tu huída precipitada por esta locura mía
de querer ir más adentro de tu alma…
Esa melodía al piano que bailo solo, como el onanista
que toca el oboe para sí mismo, como un vagabundo
callejero de Kerouac, como esa lágrima que recorre la
cadavérica silueta de mi agotado corazón.
Tic, tac, tic, tac…
Caracola con aire de mar, olvido con sabor a melancolía,
campana que toca a muerto, amor… que naufraga en este
ir y venir de las mareas caprichosas que están de duelo.
Y tú… Y yo…
Y un ramo de rosas negras flotando en la inmensidad,
y mi chistera ardiente de velas inspiradoras, y la lágrima
maquillada en mis ojos negros…
Y nosotros… Y al final…
Ese humo que queda al apagar de un soplido el cirio
prendido en la memoria de cada uno de mis latidos
con el marcado sello del salitre puro y sin aditivos.
Amén, ruge el oleaje tempestuoso de mis tinieblas.
Un beso, suplica el ángel negro que suspira a mi lado.
Y tú… una noche más, cómo no, tan lejos.
Soy el fantasma de Goya ante una hoja en blanco,
la pincelada en forma de tormento en ese verso
que quise que llevara el perfume de tu aliento,
del último suspiro que entonaste como un bello cisne,
como la sirena que guiaba a Ulises por un sendero
de traición y decadencia, con sus fieles amigos convertidos
en cerdos, en un mundo que abre continuamente la
puerta del aprisco a modo de “Bienvenido al Infierno”.
Marea alta que me aproxima a la maldita soledad…
Marea baja… para acentuar las huellas de mis cansados
pasos hacia la cintura de tu nombre y la caverna
tenebrosa de tu mirada inexpresiva.
Un lienzo, una variedad cromática, múltiples recuerdos
que se amontonan entre la ropa sucia que dejaste
olvidada tras tu huída precipitada por esta locura mía
de querer ir más adentro de tu alma…
Esa melodía al piano que bailo solo, como el onanista
que toca el oboe para sí mismo, como un vagabundo
callejero de Kerouac, como esa lágrima que recorre la
cadavérica silueta de mi agotado corazón.
Tic, tac, tic, tac…
Caracola con aire de mar, olvido con sabor a melancolía,
campana que toca a muerto, amor… que naufraga en este
ir y venir de las mareas caprichosas que están de duelo.
Y tú… Y yo…
Y un ramo de rosas negras flotando en la inmensidad,
y mi chistera ardiente de velas inspiradoras, y la lágrima
maquillada en mis ojos negros…
Y nosotros… Y al final…
Ese humo que queda al apagar de un soplido el cirio
prendido en la memoria de cada uno de mis latidos
con el marcado sello del salitre puro y sin aditivos.
(c) ISIDRO R. AYESTARAN, 2009