"¿Por qué me has arrebatado el sueño?" - poema recitado para la sesión online del grupo de RRSS "Lunes del Bolero Prohibido" y que será utilizado en la obra de teatro "El vals de las sombras chinescas", de inminente estreno.
EL CABARET DEL VERSO
ISIDRO R. AYESTARÁN
(c) 2008 - 2020
ISIDRO R. AYESTARÁN
(c) 2008 - 2020
Abandonado en la puerta de un camerino en un destartalado cabaret, fue educado por siete cómicos de la legua en las más variadas artes escénicas entre libretos teatrales, plumas de vedette, pelucas, tacones de aguja, luces de neón, cuplés, coplas, boleros, marionetas, carromatos, asfalto y un sinfín de desventuras que acabaron por convertirlo en un pseudo-escritor de relatos y poemas que recita por escenarios de más que dudosa reputación junto a los espíritus de Marlene Dietrich, Bette Davis y Sara Montiel, quienes lo acompañan desde niño en sus constantes viajes a ninguna parte.
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita del titular del "Copyright", bajo las sanciones establecidas en la Ley de Propiedad Intelectual, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático.vídeo ¿POR QUÉ ME HAS ARREBATADO EL SUEÑO?
"¿Por qué me has arrebatado el sueño?" - poema recitado para la sesión online del grupo de RRSS "Lunes del Bolero Prohibido" y que será utilizado en la obra de teatro "El vals de las sombras chinescas", de inminente estreno.
DESDE MI VENTANA
“La necedad es homicida”
(José Sacristán –
actor)
Desde mi ventana, las filas de a uno debidamente
milimetradas en la hoja en blanco de la improvisación perfectamente calculada,
enmascaradas y parapetadas en la angustia y los ecos mal repartidos en bocas
incoherentes y nada doctas en materia alguna, aguardan silentes su turno antes
del sonido de la campana que anuncie otro combate en el cuadrilátero de un
nuevo día.
“Malditos sean los inconscientes, los
irresponsables, los que se creen más que nadie, los que pregonan a los cuatro
vientos esto a mí no me pasa” –
piensa cada una de las miradas que apenas se comparten, tan solo se rehúyen,
como si el lenguaje a los ojos fuese velado por el miedo a la cercanía que, antaño,
nos era tan necesaria.
A un toque de silbato, el acceso limitado
rompe la barrera de la meditación y el silencio. Toca actuar rápido, decidido,
sin titubeo en un paso hacia delante que se traduzca en la categoría más alta
en un particular pódium donde, como si de una oda a los gigantes de antaño se
tratara, la primera posición es la quimera mil veces soñada.
Las trincheras presentan un aspecto
desolador, con heridos de guerra postrados en literas embadurnadas de fluidos y
restos orgánicos, sin embargo, los focos van dirigidos hacia el centro de la
atalaya donde, parapetada por soldados de asalto con el arma bien cargada, la
garita de los vigilantes de ese Nuevo Orden mantienen el dedo en el gatillo
desde su status de salvaguardas de la Disciplina.
A ras de suelo, los peones se mueven
ordenados sobre el tablero de aquella distopía colectiva, individuales, con
pasos cortos tal y como ordena el reglamento una vez que los dos de avanzadilla
hayan sido consentidos con sonrisa magnánima. Evitan evidenciarse agitados,
aunque la decisión de alcanzar la meta se mantiene firme e indeleble en el
blanco de su diana, con miradas de reojo para percatarse de la estrategia del
otro, frunciendo el ceño ante mutilados inservibles que son sacrificados al
abandono y la ignominia – aunque para tal desdeñamiento nunca se precisaron
guerras, pandemias o delirios de grandeza –.
Cuervos negros graznan en cada esquina;
perros negros ladran su furia por cada recoveco; sirenas de alarma gritan en un
momento conciso, provocando que la marea confluya en una esquina donde,
alentados por unos y otros, cuervos, perros, sirenas, voces a una, miradas
cómplices y ojos inyectados en sangre, vitorean y animan a dos soldados rasos
que se agreden, muerden y destrozan por conseguir llevarse la pieza más soñada
por todos. Sin embargo, la celulosa blanca – verdadera víctima – ha perdido su
forma corpórea y el blanco de su piel queda teñida de rojo vergüenza al tiempo
que el Servicio de Emergencia de Limpieza del Nuevo Orden, tras haberse
despejado el campo de batalla, se dedica a recoger los restos del naufragio con
la misma indiferencia con que cada uno vuelve a lo suyo en esa jungla de
asfalto y furia, como en aquella vieja película.
Una vez finalizada la exposición de armas,
previamente veladas a la luz de la luna, y tras el escollo último de la aduana
y la confirmación de violación del espacio aéreo reglamentario, que provoca
oleadas de exabruptos y denuncias que llevan a la solución último de masacrar
al enemigo, el exterior se antoja paraíso donde el árbol del Bien y el Mal se
tala a diario en aras de los sofistas televisivos diplomados.
Pero una vez allí, fuera de la jaula, lo veo
cada mañana desde mi ventana, las primitivas filas obedientes de a uno se
dispersan raudas sin dejar de mirar a lo alto, donde en los tejados y las
terrazas más abyectas se apostan los francotiradores de lengua iracunda
quienes, tras sus oraciones diarias al dios de lo Abstracto, disparan
aleatoriamente sus balas envenenadas de miedo, pánico e histeria. “Quédate en
tu puta casa”, silba una de las balas que se aposenta en la frente de una joven
acompañada de una niña, quien a partir de ese momento, desvalida, será
confinada en un Centro de Reinserción para que aprenda a vivir bajo las reglas
violadas por su madre soltera e inexperta; “Tú ayer no tenías animal de
compañía”, silba otra que se aloja en la espalda de un chico que viste ropa
deportiva, teñida desde entonces por una fuente que mana a borbotones, ya que se
le remata sin piedad porque el primer tiro no había cumplido su objetivo; “No se veranea a mediados de marzo”, eructa
una ráfaga de metralleta a pensión completa en el lateral de un coche de cinco
puertas, cuatro ocupantes y maletero a rebosar.
Sí, lo veo cada mañana desde mi ventana,
desde mi particular confinamiento donde, entre aplausos y caceroladas varias,
mantengo la pistola en mi cinto ya que también vivo alerta por si soy el
próximo apuntado en la lista de caídos. O ignorados, ya que, en realidad, toda
esta histeria actual – como las anteriores, como las próximas – son el
equivalente al cargador del Magnun 44 de Harry Callahan cuando decía
aquello de “Sé lo que estás pensando: si habré disparado las seis balas o todavía
queda una. Yo también lo he olvidado”.
(c) Isidro R. Ayestarán - MMXX
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