EL CABARET DEL VERSO
ISIDRO R. AYESTARÁN

(c) 2008 - 2020

Abandonado en la puerta de un camerino en un destartalado cabaret, fue educado por siete cómicos de la legua en las más variadas artes escénicas entre libretos teatrales, plumas de vedette, pelucas, tacones de aguja, luces de neón, cuplés, coplas, boleros, marionetas, carromatos, asfalto y un sinfín de desventuras que acabaron por convertirlo en un pseudo-escritor de relatos y poemas que recita por escenarios de más que dudosa reputación junto a los espíritus de Marlene Dietrich, Bette Davis y Sara Montiel, quienes lo acompañan desde niño en sus constantes viajes a ninguna parte.

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ARRABAL


No quieres despertarme. En silencio, vas recogiendo tus cosas, te vas vistiendo lentamente, como queriendo dar a entender que no tienes prisa por volver a una vida que te ha desfigurado por completo. Una vida, mala vida de arrabal, a la que llegaste muy joven tras haberte saltado la infancia que toda niña debe tener.
Yo sigo dormido al otro lado de la cama. En realidad, me dormí enseguida, tras haber vertido sobre tu cuerpo abandonado la esencia y el ímpetu de una vida dedicada al trabajo duro, también desde muy joven.
Creo recordar que me dijiste que tenías tres hijos, a los que cuidaba su abuela mientras tú te decicabas a ganar algún dinero para llevar al hogar, que el padre de esas criaturas murió en la cárcel, donde fue a parar tras haberse dedicado no solamente a machacarte, sino también a traficar con estupefacientes, llevándose consigo al mayor de tus hijos. Sí, me lo contaste todo mientras viajábamos fundidos en un mismo cuerpo lejos de la habitación del hotelucho al que me has traído esta noche.
Yo apenas te conté mi vida. Tampoco da para mucho, la verdad. Y tampoco llegamos a decirnos nuestros nombres, aunque éso ya es lo de menos. Con sólo mirarnos a los ojos, sabíamos que la fragilidad de nuestras miradas volverían a coincidir en algún que otro encuentro furtivo. Otro de tantos...
Ahora, mientras la luz del amanecer se filtra a través de la persiana de nuestra habitación, y tras haberte vestido, respiras el aroma de las caricias y los besos que te di horas antes. Y asientes tristemente con la mirada. Todos olemos igual, piensas. Todos llevamos el mismo aroma de fracaso impregnado en nuestra piel. Te levantas de la cama, me tapas con una sábana para cubrir mi cuerpo desnudo, y tras una última mirada, recoges el dinero que te dejé sobre la mesita de noche, lo guardas celosamente en tu bolsa de aseo, y sales de la habitación sin hacer ruido. Con esa misma intensidad con que las que son como tú caminan por la mala vida.
Su mala vida...
Su triste vida de arrabal.

(c) ISIDRO R. AYESTARAN, 2007

Uno de los textos que abren MUÑECAS DE CRISTAL, mi nuevo espectáculo que escenificaré el día 12 de mayo en el Colilla Queens.

AMANECER JUNTO A TI


¿Quieres volver a amanecer
junto a mí? No, deja,
no me respondas,
pero dime, al menos,
que hubo amor entre los dos,
que eso fue lo que hubo después
de tanto tiempo compartiendo una ilusión.

¿Quieres que mis besos
hagan diana en tu corazón?
¿Abrir los brazos a nuestra
vieja sensación de bienestar?
No tengas miedo a confesar
que fui el amor de tu vida,
porque lo mismo fuiste tú para mí.
Por tanto, dime, ¿quieres volver
a amanecer junto a mí?

Son mis sentimientos los que
me hacen ir hacia ti, el evocar
aquellos días en los que fui
inmensamente feliz.
¿Y si te pido que volvamos a recordar,
cogidos de la mano, el nacimiento
de nuestro amor?
Porque mirándote a los ojos,
tan sólo acierto a repetir:
¿quieres volver a amanecer junto a mí?

fotograma de la película "Plata quemada"

(c) ISIDRO R. AYESTARAN, 2007

QUERIDA MAMA


Hola mamá:
Hace tiempo que no hablamos, lo sé.
Hace mucho que creaste esa absurda barrera
infranqueable entre tú y yo. Hace tanto, mamá...


Nos hemos convertido en sombras proyectadas
en una pared, en el mejor sinónimo del silencio
y en un constante nudo en la garganta y el corazón.


Lo siento... Me enamoré, mamá. Y lo hice
sin pararme en las consecuencias que podría
traernos a nosotras dos. Caí en sus brazos
y me rendí ante la felicidad que me proporcionaba
estar con él... Por vez primera, mamá,
un hombre me hacía olvidar que fui inmensamente
infeliz en aquella casa oscura donde papá nos hizo
tantas veces la vida imposible. ¿Te acuerdas?
Llorábamos juntas, callábamos juntas y nos mirábamos juntas.
Y así fue hasta el día en que desaparecí para siempre.


Sé que partir de cero es una cuesta harto difícil,
que nos habíamos acostumbrado a mirarnos para
comprender el significado de la vida atroz que llevábamos...
Quiero que sepas que no fue mi intención el hacerte daño
aunque me doliera el dejarte sola y huir entre los brazos
del amor, que te sigo queriendo, y que te echo mucho de menos.


Sé que te dejé sola con tu amargura y tu nostalgia de la felicidad.
Y sé también que, si me lo permites, el regresar a tu lado
dejará de ser una quimera que lloro desde hace tiempo.
Le quiero a él y te quiero a ti. Quiero estar con él y quiero
estar contigo. Quiero volver a compartir contigo nuestra bahía,
sentir juntas la brisa en nuestros rostros y mirarnos a
los ojos para sentirnos acompañadas...
Y es que te quiero tanto, mamá.


¿Me escuchas, mamá?

¿Estás ahí?

Un texto antiguo, de la colección de NOCTURNOS, para el recital sobre la Mujer que escenificaré en mi nuevo show MUÑECAS DE CRISTAL

(c) ISIDRO R. AYESTARAN, 2007

MUÑECAS DE CRISTAL


No me cuestiono el verte como una meta
que deba lograr, como un triunfo en la
cúspide de la noche solitaria, como la
joya en forma de mujer que deba robar.


Sois mis muñecas de cristal, aquéllas
que buscan un sentimiento de verdad en su vida,
pero no sobre una cama deshilachada,
sino en lo profundo de un latido de corazón.


Sois mis muñecas de cristal, aquéllas
que al tenderme la mano sincera,
no dudan de la intención de este poeta solitario,
"Principe de los bohemios" me llaman,
un vagabundo que sólo sabe hablar de amor.


El hilvanador de versos incompletos que
se aferra a la soledad de las estrellas,
que os siente a su lado, que se funde en un
mismo cuerpo en forma de poema.


Mis muñequitas de cristal,
frágiles como las miradas de las enamoradas
que saben que todo está a punto de acabar,
de esas estatuas fabricadas a golpe de lágrimas
en el momento justo y honesto en el que
la belleza alcanza el clímax entre
la eternidad y un beso.


Mi motivo de inspiración...
Mi motivo de existir...
Mi motor, en este cansado corazón.


No os vayáis nunca de mi lado,
mis latidos sinceros,
mis amadas muñecas.


(c) ISIDRO R. AYESTARAN, 2009


fotografía original de Jean Jacques André
poema adaptado de una vieja canción que compuse hace años,
para mi nuevo espectáculo de teatro y poesía MUÑECAS DE CRISTAL

A FLOR DE PIEL


Dos mujeres condenadas a callar lo que sienten
en un mundo cerrado que les es hostil;
dos mujeres que aman en silencio lo
que gritan sus corazones;
dos mujeres a flor de piel...

Dos mujeres que mueren en una batalla de caricias
donde la victoria es el amor de cada una
y la derrota el esconderse a cada instante.

Mujeres a flor de piel...

Dos mujeres de perfil, una frente a la otra,
donde la expresión a través de sus labios
lo convierten en su sueño ideal cotidiano
travestido en terrible pesadilla social.

Dos mujeres que, mientras callan,
esperan la llegada de la una a la otra
para confesarse que ya nada les importa,
que están dispuestas a todo por estar juntas,
y que su mal sueño de soledad
despertará a la capacidad infinita de sus sentidos.

Mujeres a flor de piel...

Dos mujeres que se aman a través
de los latidos de su corazón,
de unos corazones que palpitan
al estar cerca la una de la otra
y que mueren en cada distancia
que constate su lejanía,

que se aman en un beso, en una caricia,
sobre un colchón, cada segundo que selle su amor,
cada instante de miradas certeras,
cada momento de placer entre ellas,
cada silencio en forma de pasión.

Mujeres a flor de piel...

texto que formará parte del nuevo show Muñecas de cristal,

que tendrá lugar en el Colilla Queens de Santander el próximo 12 de mayo.

(c) ISIDRO R. AYESTARAN, 2007

BELLEZA ROBADA


Llego a casa haciendo el ruido que tú conoces,
el renqueante andar de mis pasos plenos de alcohol,
las miradas hoscas y hurañas con aliento a desesperación
machista que según tú, no son ninguna justificación.

Oigo a los niños sollozar tras su puerta,
a ti, como una muñeca rota entre mis brazos,
persiguiendo un sendero de lágrimas por la alcoba,
haciendo uso y abuso de mi propiedad…

¿Preguntan por qué?
Les contesto que porque eres mía,
y me tachan de loco y psicópata
por no consentir que te rías cuando no estás conmigo,
que te muestres alegre cuando permanezco ausente,
y porque eres mía, te trato como la marioneta que eres.

Pero esta noche no te encuentro en tu rincón de siempre,
y me lanzo a buscarte por todas las esquinas,
porque eres mía y no permito que te alejes,
y si quieres continuar, hazlo… si es que no te encuentro antes.

Me dicen que no supe captar tu belleza,
que soy un enfermo por maltratarte,
y que debo dejarte seguir tu camino lejos del mío
en una nueva vida plena de luz y de magia.

No sé afrontar un nuevo destino,
no sé si vivo o estoy muerto,
y me acerco porque te encuentro,
y me aferro al pasado para poseerte de nuevo,
alzar la mano con el puño cerrado…
y ver tus lágrimas en aquellos ojos apagados.
Y no soy capaz, no soy capaz…

Sé que debo dejarte escapar…
pero te robo la belleza una vez más,
¿Qué hacer? ¿Qué hacer?

Eres ahora una mariposa que despliega sus
alas de manera otoñal sobre una losa gris áspera,
y yo soy el fantasma que persigue
la belleza robada de tu alma.

Si puede… que sea ahora Dios el que me perdone.
Nota: Este texto será el plato fuerte de Muñecas de cristal, el show que representaré próximamente en el Colilla Queens, al ritmo de la versión instrumental de "The show must go on", de Queen.
La ilustración, como metáfora de una redención, me viene como anillo al dedo.
(c) ISIDRO R. AYESTARAN, 2009

EN EL CAMINO DE LAS ESTRELLAS



A la última corista de mi cabaret le parece almodovariano
que este supuesto Príncipe de los Bohemios
pertenezca al mundo de la Semana Santa,
y que este año no pueda procesionar porque mis
cansados huesos me impidan estar de pie más allá de media hora.

Pero en la tarde de Jueves Santo me subí a una tribuna a ver
a mi gente desde la distancia nostálgica del “querer y no poder”,
mientras las lágrimas silenciosas se derramaban por el interior
de mis adentros, allí sentado a la diestra de una quimera de amor
y a la siniestra de mis dos pilares básicos, plenos de sabiduría y
cariño sincero ella, de sonrisa cómplice él;
y junto a gente que me quiere y adora, en un juego de sentimientos
recíprocos y mutuos de los años compartidos.
No dejes de ser mi peluchín”, me decía la dama que alberga en
su nombre a todos los ángeles del cielo junto a su marido, el
huraño más entrañable desde aquella película de John Ford
sobre un hombre tranquilo y sosegado.

Tras despedirme con un beso (que siempre son mil),
los hombres de negro de Reservoir dogs, en un cuadro sobre
la pared del Urban Classic, me llevó a escribir nuevos versos.
Aparecieron dos señoritas muy finas, que se sentaron encima
de unos periódicos para no albergar sus refinadas posaderas en
aquel antro decadente sobre los mitos del cine y la vida.
Y un chulazo extranjero, a lo James Dean con causa de gallardía,
se quedaba en mangas de camisa para ligarse a la más coqueta.
Esa chica te hará terriblemente infeliz y desgraciado”, le gritaba.
“¿Y por qué?”, me preguntaba mi silenciosa compañera.
Porque está demasiado bueno como para estar con una mujer,
teniendo en cuenta lo mullido que tengo mi regazo
”, respondí.
Y claro, la pobre Cascabel, testigo mudo y sonrojado por mi
último delirio de carne y deseo, me recordó que hacía pocos
días le había confesado a mi hermano Absenta que yo ya
andaba algo “alesbianado”, competencia desleal, a estas alturas,
de todos los poetas heteros de la sórdida noche.

Luego un brindis especial por todas las cosas buenas de la
vida que nunca se olvidan, al tiempo que Bunbury cantaba
por los altavoces eso de “Si no fuera por ti”, una cajetilla de
cigarrillos quedaba vacía sobre la mesa de madera, junto a un
pasquín sobre la humofobia, y una visita urgente al cuarto
de baño, atravesando unas cortinillas a lo Miguel Bosé
en “Tacones lejanos”, mientras cantaba aquello de
Si ahora tú te vas, no recuperarás, los momentos felices
que te hice vivir
…”
La banda sonora de una vida, escrita para mí.

En aquella noche especial de recogida espiritual,
conocí también a la gran Inmaculada Concepción, aunque
en un arranque sincero se presentó como “Macu”
para los amigos y todos los poetas de Santander,
la croupier más famosa del Gran Casino, antigua propietaria
del hoy desaparecido Bar Capitol y politoxicómana con
dignidad reconocida, que los excesos siempre han tenido
nombre, apellidos y Libro de Familia.
Y allí estaba ella, con sus amigos putativos, recitando a la noche
infinidad de versos a los que luego prendía fuego.
No lo olvides, Príncipe” – me decía en su delirio – “que
la poesía es el arma para explicar la justicia y la belleza
”.

Aquella madrugada que llevaba al Viernes Santo,
un transformista asistió atónito a un juicio sin sentido,
donde fue condenado, flagelado y asesinado por un grupo
de Skin Heads al grito de “¡¡Maricón el que no bote!!”,
y antes de lanzar su último suspiro, hizo la señal del amor,
muriendo por todos aquellos que no supieron gritar a
tiempo para detener todo aquel tormento.
Qué país, qué gente, qué carencia de todo…
Qué estruendo de ambulancias en mi corazón…
Qué lágrimas, que se llevó el viento y la lluvia de la noche…

Una noche en que las gatas no quisieron pasearse por el
tejado solitario de mi buhardilla de sentimientos agaterados,
aunque no sé si fue un sueño o fue realidad, pero creo
que alguien se quedó a mi lado en la cama, muy quieta,
dejando que la acurrucara entre mis brazos para, a los
pocos minutos, desaparecer en silencio tras quitarme los
zapatos, ponerme una manta sobre mi cansado cuerpo,
y regalarme un beso sincero de despedida, como las
ninfas de su vida, que pueblan su mundo de alquiler.

Hoy es Viernes Santo y la lluvia cruje bajo mi velux.
Hoy se suspenderá una nueva procesión en Santander.
Pero hoy no acudiré a consolar a mi gente.
Hoy quiero quedarme a llorar en silencio entre las
cuatros paredes de mi reinado sin trono ni cetro.

Hoy me quedaré a esperar a que las estrellas aparezcan
a la hora de la noche para escribir algún nuevo verso,
que será el que te dedique a ti por hacer realidad mi sueño.
Y esta noche… no le tendré miedo a la soledad.


(c) ISIDRO R. AYESTARAN, 2009
fotografía original de Soledad Bezanilla

EL TIC TAC DE LAS MAREAS


Ora pro nobis… luna llena de esta noche oscura.
Amén, ruge el oleaje tempestuoso de mis tinieblas.
Un beso, suplica el ángel negro que suspira a mi lado.
Y tú… una noche más, cómo no, tan lejos.

Soy el fantasma de Goya ante una hoja en blanco,
la pincelada en forma de tormento en ese verso
que quise que llevara el perfume de tu aliento,
del último suspiro que entonaste como un bello cisne,

como la sirena que guiaba a Ulises por un sendero
de traición y decadencia, con sus fieles amigos convertidos
en cerdos, en un mundo que abre continuamente la
puerta del aprisco a modo de “Bienvenido al Infierno”.

Marea alta que me aproxima a la maldita soledad…
Marea baja… para acentuar las huellas de mis cansados
pasos hacia la cintura de tu nombre y la caverna
tenebrosa de tu mirada inexpresiva.

Un lienzo, una variedad cromática, múltiples recuerdos
que se amontonan entre la ropa sucia que dejaste
olvidada tras tu huída precipitada por esta locura mía
de querer ir más adentro de tu alma…

Esa melodía al piano que bailo solo, como el onanista
que toca el oboe para sí mismo, como un vagabundo
callejero de Kerouac, como esa lágrima que recorre la
cadavérica silueta de mi agotado corazón.

Tic, tac, tic, tac…
Caracola con aire de mar, olvido con sabor a melancolía,
campana que toca a muerto, amor… que naufraga en este
ir y venir de las mareas caprichosas que están de duelo.

Y tú… Y yo…
Y un ramo de rosas negras flotando en la inmensidad,
y mi chistera ardiente de velas inspiradoras, y la lágrima
maquillada en mis ojos negros…

Y nosotros… Y al final…
Ese humo que queda al apagar de un soplido el cirio
prendido en la memoria de cada uno de mis latidos
con el marcado sello del salitre puro y sin aditivos.

(c) ISIDRO R. AYESTARAN, 2009

DECADENCIA EN BANDEJA DE PLATA


Esta mañana he vuelto a discutir con mi madre,
avergonzada ella por los carteles que pululan con mi careto,
mi chistera, mi bastón, mis poses tan a lo...
Me dice ella, con cierta ironía, que en mis tiempos jóvenes
de monaguillo en Santa Lucía me comía a los santos a todas horas,
y que hoy es el día en que paso de todos ellos decantándome
por mi vida bohemia, y que no me engullo ya ni un triste rosario.
Bueno, la verdad sea dicha, y sin faltar un ápice a la realidad,
es que llevo un tiempo en que no me como nada.

Esta noche he ido a un nuevo recital de mis hermanos Absenta
en una librería de esas que algunos llaman "roja",
donde la Operación Overlord recobraba nueva vida en un
espacio a descubrir y donde la poesía se escucha de otra manera,
y luego me he hinchado a cervezas haciendo caso omiso
a la lógica aplastante de mi médico de cabecera.
Los Arrancacorazones también estuvieron conmigo en una
nueva noche mágica en mi añorado Bolero, cuna y cimiento
de este cabaret escénico en forma de verso, donde Mikel Lado me
ha recomendado la peli "Entre copas" y Kerish me ha escrito
un nuevo poema de desamor en mi libreta de notas.
Más tarde nos dejamos caer por el Sáhara, que a la poetisa
Sol Bezanilla tanto le ha gustado. Y a mí, que me recordaba
mis tiempos en el Canges, entre velas, incienso, porros,
y las redadas habituales del Cuerpo de Policía Local.
A mí nunca me pillaron... aunque le andan cerca.

El Callejón del Swing nos transportó a otra esfera nocturna,
Pablo Santos bailó a su manera en el escenario mientras
la musa Raquel me retiraba la baba hipotética que se deslizaba
por donde siempre últimamente, el poeta Juanjo Galíndez
perdía la cuenta de sus deudas sin saldar con la camarera,
y la pareja de amantes, poetisa ella, fotógrafo y capitán de
soldados informatizados él, se movían al ritmo trepidante
de la buena música que gusta de los versos bohemios.
Y de allí nos fuimos al Niágara, pero a esas horas Marilyn
ya llevaba un buen rato muerta en aquel campanario por puta
y casquivana, y las cataratas de aquella peli eran los litros
de cerveza que dejaba salir a chorros sin tambalearme
un solo milímetro. Cosas de la experiencia.

Me gustó la noche pasada, debo reconocerlo.
Hubo un poeta (que no nombro ahora por discreto) que no
sabía muy bien con cual de las dos chicas que se le acercaron
se iría a la cama; hubo otro, músico creo, que alardeaba orgulloso
de una entrevista en la Revista del Ocio, y yo, observando
todo ese mundo nocturno que tanto me inspira,
que tanto me llena, y que tanto me gusta recrear últimamente
en un buen montón de folios vírgenes en blanco.
Luego acompañé a Raquel hasta la puerta de casa, que
uno, aunque bala, es todo un caballero, le di un par de besos,
le acaricié la larga melena rizada y le hice prometer que
en otra noche ambos tendríamos mejor careto.

Y vuelta a mi buhardilla tras cinco largos pisos sin ascensor,
donde mi vanidad se crecía un tiempo contemplando mi
foto en una revista de Semana Santa que ha publicado un poema
mío, una saeta que habla también de un amor perdido, que tal y
como están los tiempos, siempre será una realidad en mayúsculas
capaz de superar cualquier ficción que nos pongan en la tele.

Y para colmo, antes de acostarme (a eso de las 6 a.m.)
me he mordido las uñas de las dos manos sin darme cuenta,
he puesto el despertador del móvil a la una de la tarde, y me
he dado un par de vueltas por mi ancha cama en busca de
algún recuerdo que le haga tener sentido, de tenerlo, a la noche.

Y sí, querido señor J.C.
Hice público un comentario tuyo porque tal y como
está el mundo, las buenas palabras, como los buenos
sentimientos, han de gritarse a voces.
Que ya somos pocos los que vivimos la noche y la vida
como si fueran uno, y sería una lástima que se quedaran
en un susurro apenas audible.
Y qué importa que los críticos más "puristas" nos
tachen de decadentes y demas sandeces.
Se lo sirvo en bandeja de plata con un paño bordado en hilo
hecho por mi señora madre.
Ya ven ustedes, a mí no me avergüenza lo que hace ella.

Démosle tiempo a que se acostumbre a mi atuendo.



(c) ISIDRO R. AYESTARAN, 2009


MARTES DE BOHEMIA Y SOLEDAD


Un vaquero sin pistolas recorre en
una diligencia las calles de la ciudad;

es un poeta a contracorriente, incluso

en el ritmo de sus latidos de corazón

- hasta en eso es diferente -,

con una música de fondo de saxofón

anclada en cada uno de sus huesos,

sus músculos, su angosta anatomía,

sus ojos ocultos en minúsculas gafas

de sol, como aquel príncipe de la película

de Coppola.


Camina despacio entre estatuas solitarias,

cada una con sus pequeñas cosas,

cada una con sus motivos de inspiración,

cada una, aún con ganas de continuar un día más.


El slogan de la tienda de una amiga,

"tu esquina del ahorro desde 1963", le arranca

la primera sonrisa abierta en meses...

Dos enamorados que gritan y lloran, que

se aferram a las ganas de seguir siendo uno

a pesar de las múltiples despedidas definitivas,

le corroen el alma y el interior... por ser estampa

de su propia vida, tantas veces repetida.

Y en eso, un cortejo fúnebre que se para ante

un semáforo para que él pueda cruzar hacia la

cúpula arbolada de la Alameda Segunda.

Y vuelve la cabeza para ver en qué termina aquéllo:

la chica llora, el chico se vuelve hacia ella, la abraza,

le suplica una vez más una nueva oportunidad,

y en eso, el claxon impertinente de corto

de miras de un imbécil, que pita a rabiar al coche

de las flores para que reanude su marcha en estos

tiempos de incoherencia perenne, donde hasta

los muertos parece que molestan.


Luego, el príncipe de las pequeñas gafas oscuras

se para ante un inca que toca una ocarina,

"The sound of the silence" le evoca un baile

lento en alguna cama perdida hace mucho tiempo,

y dos señoras entradas en años y carnes, que se

desesperan rascando cupones de una suerte esquiva.

Sonidos de silencio... Sonidos de azar...

Sonidos de ciudad que se revuelven en sus recuerdos.


Pero el paseo continúa en aquella mañana de martes,

con sus andares lentos y meditados, como queriendo

echar raíces en cada uno de aquellos pedestales...

Un anciano toca una guitarra en una calle peatonal,

pide limosna a cambio de su arte, y lo que parece una

súplica en su cartel, hace que el príncipe se siente a

contemplarle, a escucharle, a llorarle...

"Os necesito tanto como vosotros la música" dice,

y unas monedas jamás serán recompensa suficiente

para quien lleva años invocando una simple sombra

para que le haga compañía.


Llega la noche en un fin de fiesta, acompañado

de su musa y la lejana personita especial de sus poemas,

un concurso de fotografías que no gana, un zumo pacífico

de frutas para no jugarse la vida tras la ingesta

cotidiana de pastillas, Pablo Santos, que toca la guitarra

ante la indiferencia y el vocerío de un ajeno público estúpido

que sólo sabe escucharse a sí mismo, pero él rasguea

su guitarra, pelea sus canciones, se desgarra en cada estrofa,

en su divertida composición sobre una historia de amor

entre pañales con sabor a leche maternal...

Y el príncipe le aplaude y se funde en sus melodías, tan

cercanas, tan reales, tan de todos los amigos que le rodean

en el local bohemio donde poetas, fotógrafos, ilustradores

de cómics, galeristas, la dueña de una tienda de flores,

la actriz de un cortometraje y un mecenas, escuchan sus propios

silencios ante cubatas y cigarros con aroma a marihuana.


Un cuarteto toca luego diversos temas instrumentales,

el "Quizá, quizá, quizá", el "Bésame mucho"...

Demasiadas coincidencias, demasiadas jugarretas

del destino concentradas en un mismo espacio.

Y mojitos, cervezas, un vaso de agua mineral,

ceniceros atestados de colillas, y parejas

que se besan furtivamente entre cada acorde.


El poeta Juanjo Galíndez, que construye versos

en el libro de notas del príncipe agotado, pidiéndole

perdón por "husmear en tu alma", pero los poetas

somos hermanos en este mundo que él describe:

"trastes truncados, tras la agonía llega

el placer, el paladar a tu lado, lamiendo la boquilla

del destino inhumano..."

Y al final el príncipe se marcha del local bohemio,

tras una última súplica para dormir acompañado,

con el violín de la película "Modigliani" destrozándole

de nuevo la mirada y el escaso aliento en aquel

patético intento de resucitar el abrazo perdido entre

sus sábanas arruinadas de susurros y caricias...

Pero éso es simplemente asunto de poetas tristes,

y la quimera del amor ya se pierde de vista una vez más.


Hace tanto de aquéllo...

Hace tanto que duerme solo...

Hace tanto de tantas cosas...


... que el príncipe de los bohemios

le saluda a las estrellas desde su ventana, le lanza

un beso a las bromas que los amigos del pasado

le arrojaron sobre su estado de salud resquebrajada,

para, de manera agónica, trasladar sus manos hasta

el motor del amor renqueante donde, en un delirio

de éxtasis forzado y sobreactuado, lanza un suspiro

mientras sus frágiles dedos se impregnan del elixir

de la nostalgia, del aroma del amor compartido.


Cierra los ojos y duerme exhausto.

Es un príncipe sin aspiraciones a trono.

Es,tan sólo, un cuerpo destrozado y solitario

en una cama de uno cincuenta de ancho.

Y más allá de esa cruel frontera, sólo hay silencio.


Silencio...


Silencio...


Y los versos de su hermano poeta:

"El hombre maceta draga sus versos

con sílabas de la vida".


(c) ISIDRO R. AYESTARAN, 2009