EL CABARET DEL VERSO
ISIDRO R. AYESTARÁN

(c) 2008 - 2020

Abandonado en la puerta de un camerino en un destartalado cabaret, fue educado por siete cómicos de la legua en las más variadas artes escénicas entre libretos teatrales, plumas de vedette, pelucas, tacones de aguja, luces de neón, cuplés, coplas, boleros, marionetas, carromatos, asfalto y un sinfín de desventuras que acabaron por convertirlo en un pseudo-escritor de relatos y poemas que recita por escenarios de más que dudosa reputación junto a los espíritus de Marlene Dietrich, Bette Davis y Sara Montiel, quienes lo acompañan desde niño en sus constantes viajes a ninguna parte.

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MARTES DE BOHEMIA Y SOLEDAD


Un vaquero sin pistolas recorre en
una diligencia las calles de la ciudad;

es un poeta a contracorriente, incluso

en el ritmo de sus latidos de corazón

- hasta en eso es diferente -,

con una música de fondo de saxofón

anclada en cada uno de sus huesos,

sus músculos, su angosta anatomía,

sus ojos ocultos en minúsculas gafas

de sol, como aquel príncipe de la película

de Coppola.


Camina despacio entre estatuas solitarias,

cada una con sus pequeñas cosas,

cada una con sus motivos de inspiración,

cada una, aún con ganas de continuar un día más.


El slogan de la tienda de una amiga,

"tu esquina del ahorro desde 1963", le arranca

la primera sonrisa abierta en meses...

Dos enamorados que gritan y lloran, que

se aferram a las ganas de seguir siendo uno

a pesar de las múltiples despedidas definitivas,

le corroen el alma y el interior... por ser estampa

de su propia vida, tantas veces repetida.

Y en eso, un cortejo fúnebre que se para ante

un semáforo para que él pueda cruzar hacia la

cúpula arbolada de la Alameda Segunda.

Y vuelve la cabeza para ver en qué termina aquéllo:

la chica llora, el chico se vuelve hacia ella, la abraza,

le suplica una vez más una nueva oportunidad,

y en eso, el claxon impertinente de corto

de miras de un imbécil, que pita a rabiar al coche

de las flores para que reanude su marcha en estos

tiempos de incoherencia perenne, donde hasta

los muertos parece que molestan.


Luego, el príncipe de las pequeñas gafas oscuras

se para ante un inca que toca una ocarina,

"The sound of the silence" le evoca un baile

lento en alguna cama perdida hace mucho tiempo,

y dos señoras entradas en años y carnes, que se

desesperan rascando cupones de una suerte esquiva.

Sonidos de silencio... Sonidos de azar...

Sonidos de ciudad que se revuelven en sus recuerdos.


Pero el paseo continúa en aquella mañana de martes,

con sus andares lentos y meditados, como queriendo

echar raíces en cada uno de aquellos pedestales...

Un anciano toca una guitarra en una calle peatonal,

pide limosna a cambio de su arte, y lo que parece una

súplica en su cartel, hace que el príncipe se siente a

contemplarle, a escucharle, a llorarle...

"Os necesito tanto como vosotros la música" dice,

y unas monedas jamás serán recompensa suficiente

para quien lleva años invocando una simple sombra

para que le haga compañía.


Llega la noche en un fin de fiesta, acompañado

de su musa y la lejana personita especial de sus poemas,

un concurso de fotografías que no gana, un zumo pacífico

de frutas para no jugarse la vida tras la ingesta

cotidiana de pastillas, Pablo Santos, que toca la guitarra

ante la indiferencia y el vocerío de un ajeno público estúpido

que sólo sabe escucharse a sí mismo, pero él rasguea

su guitarra, pelea sus canciones, se desgarra en cada estrofa,

en su divertida composición sobre una historia de amor

entre pañales con sabor a leche maternal...

Y el príncipe le aplaude y se funde en sus melodías, tan

cercanas, tan reales, tan de todos los amigos que le rodean

en el local bohemio donde poetas, fotógrafos, ilustradores

de cómics, galeristas, la dueña de una tienda de flores,

la actriz de un cortometraje y un mecenas, escuchan sus propios

silencios ante cubatas y cigarros con aroma a marihuana.


Un cuarteto toca luego diversos temas instrumentales,

el "Quizá, quizá, quizá", el "Bésame mucho"...

Demasiadas coincidencias, demasiadas jugarretas

del destino concentradas en un mismo espacio.

Y mojitos, cervezas, un vaso de agua mineral,

ceniceros atestados de colillas, y parejas

que se besan furtivamente entre cada acorde.


El poeta Juanjo Galíndez, que construye versos

en el libro de notas del príncipe agotado, pidiéndole

perdón por "husmear en tu alma", pero los poetas

somos hermanos en este mundo que él describe:

"trastes truncados, tras la agonía llega

el placer, el paladar a tu lado, lamiendo la boquilla

del destino inhumano..."

Y al final el príncipe se marcha del local bohemio,

tras una última súplica para dormir acompañado,

con el violín de la película "Modigliani" destrozándole

de nuevo la mirada y el escaso aliento en aquel

patético intento de resucitar el abrazo perdido entre

sus sábanas arruinadas de susurros y caricias...

Pero éso es simplemente asunto de poetas tristes,

y la quimera del amor ya se pierde de vista una vez más.


Hace tanto de aquéllo...

Hace tanto que duerme solo...

Hace tanto de tantas cosas...


... que el príncipe de los bohemios

le saluda a las estrellas desde su ventana, le lanza

un beso a las bromas que los amigos del pasado

le arrojaron sobre su estado de salud resquebrajada,

para, de manera agónica, trasladar sus manos hasta

el motor del amor renqueante donde, en un delirio

de éxtasis forzado y sobreactuado, lanza un suspiro

mientras sus frágiles dedos se impregnan del elixir

de la nostalgia, del aroma del amor compartido.


Cierra los ojos y duerme exhausto.

Es un príncipe sin aspiraciones a trono.

Es,tan sólo, un cuerpo destrozado y solitario

en una cama de uno cincuenta de ancho.

Y más allá de esa cruel frontera, sólo hay silencio.


Silencio...


Silencio...


Y los versos de su hermano poeta:

"El hombre maceta draga sus versos

con sílabas de la vida".


(c) ISIDRO R. AYESTARAN, 2009