EL CABARET DEL VERSO
ISIDRO R. AYESTARÁN

(c) 2008 - 2020

Abandonado en la puerta de un camerino en un destartalado cabaret, fue educado por siete cómicos de la legua en las más variadas artes escénicas entre libretos teatrales, plumas de vedette, pelucas, tacones de aguja, luces de neón, cuplés, coplas, boleros, marionetas, carromatos, asfalto y un sinfín de desventuras que acabaron por convertirlo en un pseudo-escritor de relatos y poemas que recita por escenarios de más que dudosa reputación junto a los espíritus de Marlene Dietrich, Bette Davis y Sara Montiel, quienes lo acompañan desde niño en sus constantes viajes a ninguna parte.

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LA PLAZA DE MI ABUELA


Sentado bajo el sol de primavera,
firmando ejemplares de mi cabaret
del verso y la imagen, en aquella plaza
que fuera antaño el lugar de encuentro
de mis correrías de niño, frente a la ventana
de la vieja casa donde vivía mi abuela.

Flash-back al pasado: los viernes mi madre
compraba en esa plaza la carne mientras
con mis hermanos íbamos al colmado de
Esteban a comprar un duro de sugus;
los columpios, el tobogán,
la pista de fútbol y el viejo Seat 600 de mi padre,
aparcado junto al portal, las verbenas por el
dos de mayo, las batallas con espadas de plástico,
los polos de leche merengada y los refrescos
con gas que mi tío apilaba en cajas bajo
la mesa de la cocina.

Hoy hace una mañana muy bonita,
con un color agradable a la vista, con
esa tonalidad que proporciona el bienestar
de los recuerdos, y el silencio en la vieja plaza,
donde ancianos se cuentan sus historias cotidianas,
donde los niños juguetean entre los setos y los
viejos bancos de madera.

La vieja casa de mi abuela tiene ahora ventanas nuevas,
su fachada luce un color distinto, pero el olor de aquellas
tardes de juegos y sonrisas permanece perenne, y
la mirada se dirige hacia donde ella tenía el dormitorio,
y hacia la ventana del salón, donde mi padre sintonizaba
la tele para que mi abuela viera el "Un, dos, tres...".

No sé por qué he elegido esta plaza para firmar uno
de mis primeros libros publicados... quizá porque al
estar dedicado "a mis estrellas del cielo", siento que,
de repente, una de las ventanas se va a abrir de golpe,
y que la voz de mi abuela, pronunciando mi nombre,
me avisará de que pronto llegará la hora de la merienda.

Y corriendo, aporreo el timbre de la puerta mientras
ella, con una gran sonrisa, me alcanza un trozo de pan
con dos onzas de chocolate. Y viniendo de ella...
no existe mejor recompensa para mis versos.

(c) ISIDRO R. AYESTARAN, 2009