Lluvia y soledad,
silencio y crepúsculo,
el verso yace dormido sobre el atril,
sobre el recuerdo del poeta errante
que camina hacia la vida sin meta alguna.
Humedad que cala hasta los huesos,
que se autoinvita a instalarse
a pensión completa,
como aquella mirada que no se olvida,
como el cuerpo solitario y desalojado
sobre una cama de hotel barato,
todo recto, torciendo en la esquina.
Poema sin hilvanar,
alcohol perenne en las venas,
sabor que no se olvida y caricia
que se precisa antes de un punto final.
Y qué lejos...
Cuán lejos tu sonrisa y tu mirada,
aquella hoja en blanco donde trasladar
en palabras errantes lo que no se dijo
en el preciso instante de tu abandono.
Y ya es tarde...
Y el reloj, implacable tic tac,
baja el telón y apaga las bambalinas,
las candilejas de estos mis ojos,
húmedos de lágrimas,
ávidos de tu cuerpo...
Y yo, poeta marchito,
sabedor de un destino incierto,
vagando por el recuerdo de tu cuerpo,
añorando aquella noche de pasión
bajo la luz de la luna y tus palabras...
tus suspiros, tus anhelos,
tuyos y míos,
tuya la vida entonces,
mío el abandono ahora,
nuestra, aquella historia de amor
que yace en el olvido del asfalto
iluminado tenuemente
por luces de neón.
Y a lo lejos,
el maullido del gato que le
canta a la luna,
como un poeta callejero,
como un amante herido,
como mi reflejo en el espejo
de cada mañana.
fotografía: POWEREDby NEL