En
el punto exacto de ninguna parte
se
destiñeron las banderas blancas
de
nuestra armonía, bajo ese foco de luz
cenital
que alumbraba el ocaso
en
dirección a una nueva madrugada cocinada
con
horas interminables de insomnio,
de
frases sin completar y jeroglíficos sin resolver.
En
esa geografía concreta de nuestro ayer
se
disolvieron las uniones y los acuerdos,
los
contratos verbales y los pactos entre
caballeros,
el peso de la palabra se puso
a
régimen y en la puerta de la nevera
la
sonriente faz de una quinceañera evitaba
la
ingesta de comida basura a la luz de la luna.
Un
tibio amanecer alumbraba el sendero
de
un nuevo día, con el silencio como
banda
sonora cuyos acordes de palabras
calladas
sembraban el pentagrama en esa
partitura
vital que navegaba, inexorablemente,
hacia
el más fatídico de los naufragios.
Y
aquel lejano “tú y yo” que tantas veces
bailamos
al borde del acantilado quedó
desafinado,
como un paso de tango que
no
se hilvana en el crepúsculo,
como
una despedida desnuda de afecto
en
la estación de un tren, como dos miradas
que
ya no se distraen con los recuerdos…
Quizá,
como los cuerpos desnudos de dos
amantes
que ya no se ríen juntos ante el espejo,
sin
el nervio de la primera vez, cuando,
avocados
a la fusión necesaria, se habitaba
en
la piel del otro con el lenguaje de los sentidos.
Y
así pasan las horas, y así transcurre la vida,
desde
la orilla donde las párvulas olas
de
un extinto mar bravío atracan en el punto
exacto,
como yo, de ninguna parte.
(c) Isidro R. Ayestarán - MMXIX
imagen (c) Ms.Photo/ North Dreams
imagen (c) Ms.Photo/ North Dreams
TANGO CREPUSCULAR
(sobre asfalto ataviado con caperuza de verdugo)