Silencioso y paralizado.
Sin luz y sin vida.
Sin color, tan solo en blanco y negro.
Como mi corazón.
Como una fuente seca me dejó tu
desamor,
tu sentencia final,
tu atronador “ya no te quiero”.
Todo gira alrededor como si yo no
importara,
como si no yo contara, como si yo no
sintiera.
Todos ignorando la penumbra de mi alma,
la ceguera de mis sentimientos
que, por quererte sin excusas
ni monedas de cambio, agoniza
frente a estatuas silentes nocturnas,
humanas o estáticas,
impasibles y trucadas por tahúres
en un juego de mesa en el que quedo
habitando en el furgón de cola,
como si yo no importara, como si yo no
contara,
como si yo no sintiera.
Te confieso que en la deriva en la que
naufrago aún anhelo tu presencia,
la única que me importa,
con la única que cuento,
la que de verdad siento por mucho
que tú hayas cambiado el rumbo,
hayas descubierto un nuevo mundo,
un nuevo cuerpo, un nuevo nombre,
un nuevo suspiro,
y mientras eres tú a quien deseo a mi
lado,
permanezco estático y apagado,
junto a estatuas de las descritas,
esperando ser el consuelo de otros
olvidados,
algún que otro abandonado que llore
amores perdidos y me vea como un
consuelo
al que rezar todas las noches, porque
él,
como yo ahora, permanece inmóvil
en este mundo gris, áspero y sin
quimeras,
como si ya nada importara,
como si él ya no contara,
como si él ya no sintiera…
(c) Isidro R. Ayestarán
No hay comentarios:
Publicar un comentario