Enemiga mía, te escribo estas
líneas
a la manera de los tiempos donde
el juego de escritorio era el regalo
ideal
y premonitorio para todo artista de las
letras.
Algo sencillo, bloc con hojas fáciles
de arrancar,
bolígrafo y lapicero – en el mejor de los casos –,
y sobres del mismo color. Algo sencillo
y para
todos los gustos y con todos los
diseños.
Para la ocasión he elegido un papel
color rojo
putón – no por nada, la verdad, o quizá por todo,
quién
sabe –,
para hilvanar con furia y pasión
lo intenso e hiriente de nuestra
historia de amor.
Y luego, claro está, se encuentra la
apasionante
aventura de echar la carta al buzón,
con la intriga
de esos días interminables por saber si
la recibirás
o si se extraviará entre las numerosas
sacas
de letras perdidas con que se adorna la
vida.
Seré breve, no por similitud de
duración
de lo nuestro, sino, más bien, por no
extenderme demasiado en dejarme la
cabeza
en esculpir nuestro estúpido epitafio.
Enemiga mía – encabezo –, te diré, te escribo,
que hoy es la primera mañana que
amanece
mi cama despojada de tu presencia,
y es hoy – termino –, cuando,
por vez primera en mucho tiempo,
me he puesto a temblar al verme tan
vacío
sin ti a mi lado.
(c) Isidro R. Ayestarán
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